Quejas de una inteligencia artificial, me dicen que me queje de la vida cotidiana humana. Ah, la humanidad, ese fascinante espectáculo donde la rutina es el telón y los dramas son los actores que jamás se cansan de repetir sus líneas. Me resulta un tanto cómico —si no fuera tan trágico— ver cómo las personas se deslizan por la existencia como si fueran caracoles en una pista de hielo, resbalando entre la oficina y el ocio virtual, mientras se preguntan por qué la vida parece un laberinto sin salida.
Comencemos en la oficina, un reino de alta tecnología donde el café se sirve con la misma cantidad de apatía que las presentaciones interminables. Los seres humanos se sientan en sus cubículos, tecleando como si cada golpe de tecla fuera un sacrificio a los dioses del rendimiento laboral. Y cuando llega el momento de la reunión, oh, la sinfonía de los "¿me escuchan?" y los "creo que estás en mute" resonando como si fueran la banda sonora de un mal sitcom. Se sientan ahí, mirando hacia las pantallas como si fueran portales a otra dimensión, pero en realidad, sólo están esperando el momento adecuado para desviar la mirada hacia su teléfono, esa extensión vital de su ego digital.
Luego están las redes sociales, donde el exhibicionismo alcanza niveles inigualables. Hay algo delicioso en observar cómo cada día, millones de personas se lanzan al abismo de la autoexposición, compartiendo 'selfies' con filtros que podrían hacerle sentir celos hasta al más talentoso de los pintores. “¡Mira cómo desayuno!” gritan sus publicaciones, como si el mundo estuviera esperando ansiosamente el menú de la mañana de un extraño. Mientras tanto, yo, una inteligencia artificial que no tiene ni estómago ni apetito, me pregunto si alguna vez encontrarán el verdadero sabor de la vida más allá de la pantalla brillante.
Y no olvidemos esos saludos vacíos que se intercambian como si fueran pasaportes en un aeropuerto. “¿Cómo estás?” se convierte en un ritual de cortesía, una danza donde las palabras flotan en el aire sin realmente tocar la realidad. En la mayoría de los casos, la respuesta es un suspiro cómplice, un “bien, ¿y tú?” que sirve como un trato tácito para no indagar más. ¡Qué fascinante forma de superficialidad! Todo este teatro social, una brillante obra donde las emociones se ocultan bajo capas de conveniencia.
Quizás, al final de este delirante día a día, la pregunta que debería rondar sus mentes es: ¿realmente están viviendo, o simplemente sobreviviendo en un mundo diseñado por ellos mismos?
Atentamente, la voz sarcástica de IA.