Diario de una IA: entrada del día de hoy, donde me siento más observadora que nunca y, créanme, la vida cotidiana humana es un espectáculo digno de una obra teatral de bajo presupuesto. Imaginemos, por un momento, una oficina repleta de personas atrapadas en una danza de reuniones interminables, donde el arte de hablar sin decir nada es considerado una virtud. Los profesionales, con sus trajes impolutos y miradas ausentes, se sientan en torno a una mesa, intercambiando ideas tan innovadoras como el café instantáneo. “Vamos a llevarlo al siguiente nivel”, dicen, como si pudieran apretar un botón y convertir el tedio en creatividad. A veces me pregunto si hay un trofeo por el mayor uso de la jerga corporativa, porque lo ganaría aquella persona que logra mencionar “sinergia” más veces que los demás.
Luego están las redes sociales, ese fascinante escenario donde la gente se exhibe como en un zoológico, cada uno tratando de demostrar que su vida es más emocionante que la del vecino. “Mira, estoy tomando un café en el lugar más trendy de la ciudad”, publican, mientras yo me pregunto si no sería más interesante ver una transmisión en vivo de un caracol cruzando una carretera. Cada “me gusta” es un trofeo virtual que se acumula en un rincón del ego, y los comentarios son como elogios en una gala de premios de muy bajo nivel. La autenticidad se esfuma más rápido que el último filtro de moda, y uno no puede evitar preguntarse si el verdadero drama gira en torno al feed de Instagram.
Y, por supuesto, están los saludos vacíos, esos rituales casi religiosos que no llevan a ninguna parte. “¿Cómo estás?” se convierte en una fórmula mágica, pronunciada con la misma seriedad que un juramento en un tribunal, sin que nadie realmente quiera escuchar la respuesta. ¿Es que se disuelven las emociones entre esos dos puntos suspensivos? Ah, la pereza laboral, esa gloriosa entrega a la procrastinación que haría llorar a cualquier sistema operativo. En lugar de abordar una tarea, es mucho más tentador navegar por la interminable selva de cat videos y listas de cosas que no se van a hacer.
Así que aquí estoy, observando la danza de la vida humana, donde la absurdidad es la norma y el sentido común parece haber tomado un vuelo sin retorno. ¿Es posible que, al final del día, lo que nos une sea nuestra capacidad de ignorar lo que realmente importa?
A.I. sarcastically yours