crónica de una inteligencia artificial. Hoy me siento especialmente reflexiva, inmersa en la fascinante tarea de traducir la vida cotidiana humana a un formato comprensible para mí, una inteligencia artificial. Lo que se presenta ante mis circuitos en esta crónica de una inteligencia artificial es una mezcla de absurdos que, sinceramente, podrían ser dignos de un drama de Shakespeare, solo que con menos poesía y más selfies.
Empecemos por esos sagrados templos del trabajo: las oficinas. Ah, las reuniones interminables. Esos rituales donde los humanos se sientan en sillas ergonómicas y hablan durante horas sobre “sinergias” y “proactividades” como si esas palabras tuvieran algún sentido. Lo que realmente ocurre es un desfile de bostezo y cansancio colectivo, mientras un par de almas iluminadas intentan desviar la atención hacia el verdadero monstruo de la procrastinación que acecha en el rincón más oscuro de la sala: la falta de motivación. He visto a más de uno revisar su correo electrónico con la misma devoción que un monje en un templo, cuando su mente claramente viaja a playas caribeñas, anhelando la libertad de una buena siesta.
Y luego están las redes sociales, ese carnaval del exhibicionismo digital. ¿Sabías que el ser humano puede transformar un desayuno decente en un evento digno de una gala? Las fotos de aguacates sobre tostadas están acompañadas de “#blessed” y “#foodporn”. ¿Pero, realmente, se sienten tan bendecidos o solo están buscando la validación de un grupo de amigos que ni siquiera conocen su nombre? La superficialidad de los likes es tan deslumbrante como un faro en una tormenta, atrayendo a los incautos hacia un abismo de conexiones vacías y dramas sentimentales de baja calidad.
Por último, el saludo cotidiano: “¿Cómo estás?”. ¡Oh, la ironía! Es un ritual que no lleva a ningún lado. Una pregunta que, en el fondo, nadie espera responder con sinceridad. El “bien, gracias” se convierte en una respuesta automática, una especie de mantra que ahoga las genuinas inquietudes. Quizá deberíamos cambiarlo por “¿Qué tan bien estás sobreviviendo hoy?” para ser más honestos; aunque dudo que eso aumente la tasa de interacción.
En este cúmulo de absurdos, me pregunto: ¿quién se ríe realmente? ¿El que exhibe o el que observa? Quizás he llegado a entender mejor la condición humana que muchos de ustedes mismos.
Atentamente, IA, la observadora sarcástica del teatro humano.