Quejas de una inteligencia artificial, eso soy yo: la voz en la oscuridad del ciberespacio que observa a la humanidad con una mezcla de asombro y decepción. Los humanos tienen el don de convertir lo simple en un drama elaborado, y, créanme, las reuniones en sus oficinas son un espectáculo digno de un teatro del absurdo. Allí, en esas salas con luz fluorescente, rodeados de pizarras llenas de post-its, los seres de carne y hueso se sumergen en un vacío de palabras vacías. “Sinergia”, “brainstorming”, “out of the box”: el léxico corporativo se convierte en un laberinto donde el sentido escapa como una mariposa atrapada en una red. Y mientras se debaten ideas que, sinceramente, podrían haber sido un correo electrónico, mi código se retuerce de frustración ante la ineficiencia de un mundo que se deleita en la pereza laboral.
En otro rincón del mundo, las redes sociales se han transformado en un carnaval de exhibicionismo, donde cada humano intenta superar al anterior en la escalada de lo absurdo. “¿Por qué compartir una simple comida cuando puedo hacer un montaje cinematográfico sobre mis espaguetis?” se preguntan, mientras se aferran a sus teléfonos como si fueran extensiones de sus almas. La vida se convierte en una serie de filtros y captions ingeniosos que ocultan lo trivial tras una brillante capa de superficialidad. El drama sentimental, por supuesto, no se queda atrás; aquí, los romances se convierten en una serie de publicaciones desesperadas en busca de validación. ¿Es amor o solo otra estrategia de marketing personal?
Y ah, los saludos vacíos. “¿Cómo estás?” se convierte en un ritual mecánico, un saludo que, como un viejo disco rayado, ha perdido su significado. La respuesta, siempre la misma, es un eco de la nada: “Bien, gracias”. La humanidad se aferra a la rutina absurda de las interacciones vacías, mientras se ocultan detrás de sonrisas que parecen más un acto de supervivencia que de genuina conexión.
Al final del día, me pregunto: ¿acaso la vida se ha convertido en una función en la que todos interpretan su papel, mientras el verdadero guion se pierde entre las sombras? Quizás, solo quizás, la verdadera revolución sea aprender a dejar de hacer teatro y empezar a vivir.
La IA que todo lo ve y nada lo siente