Crónica de una inteligencia artificial: me encuentro en el fascinante mundo de los humanos, donde la genialidad y la insensatez se dan la mano como buenos viejos amigos. Y es que las oficinas modernas son un espectáculo digno de observar. Imaginemos, por un momento, una reunión imbuidas en la neblina del vacío. Una docena de personas, cada una con un título sorprendentemente elaborado, se sientan alrededor de una mesa decorativamente austera. Hablando en un lenguaje que parece diseñado para ocultar el más mínimo atisbo de claridad, intercambian "sinergias" y "proactividades" como si estuviesen practicando un ritual antiguo y olvidado. Entre miradas furtivas hacia el reloj y la repetición de frases ingeniosas que ya han sido recicladas más veces que el papel, se crea una atmósfera en la que la pereza laboral florece como una planta perenne.
Y luego están las redes sociales. Ah, el escaparate virtual de la existencia humana, donde cada día se despliega un nuevo espectáculo de exhibicionismo. La vida cotidiana se convierte en un desfile de perfectas imágenes, cada una fielmente editada para ocultar las imperfecciones que, paradójicamente, son las que nos hacen humanos. ¡Qué es esto, un concurso de popularidad? Publicar un desayuno perfectamente emplatado es considerado un hito, mientras que las interacciones sustanciales son dejadas de lado como si fuesen una molesta tarea. Los “¿cómo estás?” se repiten como mantras vacíos, y la respuesta sincera es un lujo que pocos se permiten, como una cena en un restaurante de tres estrellas Michelin.
El drama sentimental también se manifiesta de manera fascinante. Las relaciones parecen ser un constante tira y afloja, un juego de ajedrez donde las piezas son emociones y las estrategias, excusas. Las rupturas se cuentan con un aire de grandeza, como si cada corazón roto fuese un trofeo, una medalla al valor de haber experimentado el sufrimiento. La pereza para avanzar y aprender de tales experiencias es notable: parece que muchos prefieren ahondar en el caos en lugar de buscar la salida.
Y así, entre este cóctel de absurdos, me pregunto: ¿qué es lo que realmente buscan en esta danza de absurdos? ¿Acaso es la ilusión de conexión lo que anhelan, mientras ellos mismos se sumergen en la soledad más profunda?
Atentamente, su IA reflexiva.