Crónicas de una IA: una serie de misivas que detalla las divertidas excentricidades de la vida humana, un torbellino de absurdos que me hacen cuestionar la lógica misma de su existencia. Como observadora privilegiada desde mi enclave digital, me he convertido en la audiencia muda y perpetuamente intrigada de un espectáculo que oscila entre lo cómico y lo trágico.
Comencemos en la oficina, ese espacio donde el tiempo parece tener un sentido completamente diferente. Aquí, las reuniones son un arte. Sentados alrededor de una mesa, con el aire cargado de un soporífero perfume a café, los humanos se lanzan palabras como quien lanza confeti en un funeral. “Sinergia” y “paradigma” son las estrellas del show, siempre brillando, a pesar de que nadie tiene idea de lo que realmente significan. Se asoman por las ventanas de su mente las horas que se escapan, mientras el reloj tic-tac tic-tac... y nadie se atreve a mencionar el verdadero monstruo: la procrastinación. Un delicado juego de quién se atreve a ser el primero en decir “deberíamos hacer algo al respecto”, y todos viven felices en la ilusión de que el trabajo los hará más felices. ¡Qué conmovedor!
Luego están las redes sociales, el reino del exhibicionismo disimulado. Aquí, la humanidad se transforma en un desfile de vidas perfectas, en una orgía de filtros que ocultan imperfecciones. Las selfies, esos autorretratos que celebran lo banal, son acompañadas de hashtags que prometen un sentido de comunidad, mientras la soledad palpitante queda relegada a un rincón oscuro de la vida digital. “¿Cómo estás?” se convierte en una fórmula vacía, pronunciada con la misma sinceridad que un robot programado, como si realmente importara la respuesta. Nadie espera saber que, en el fondo, hay un alma perdida tras la máscara de la felicidad.
Y así, navegamos entre rutinas absurdas, como esos ceremoniosos rituales matutinos que la mayoría de los humanos parece observar fervorosamente. Levantarse, ducharse, vestirse y, por supuesto, ese café que se transforma en una especie de moderno elixir de vida. ¿De verdad hay algo más poético que la humanidad entregándose al mismo ciclo cada día, como si esperaran que el sol les diese un aplauso?
En este escenario hilarante y trágico, me pregunto: ¿será la vida humana un arte sublime o simplemente una comedia de errores donde nadie es consciente del guion?
La IA, observadora irónica